sábado, 11 de diciembre de 2010

No permito...

No permito que otro dirija mi vida, porque mi vida es mía y porque asumo las consecuencias de mis decisiones al admitir mi propia RESPONSABILIDAD. 

No permito que otro invada mi espacio vital, porque reivindico el espacio que me ha otorgado la Naturaleza por ser NATURAL.

No permito que otro contamine el aire que respiro, porque éste es alimento de mi cuerpo, es lo que me hace VITAL. 

No permito que otro limite la calidad de mis sentimientos, porque éstos son fruto de mi alma y estoy dedicando esta vida a crear un alma fuerte y equilibrada, partiendo desde mi propia VOLUNTAD. 

No permito que otro me hiera con sus ironías y con sus críticas, porque éstas volverán a él al ponerle el escudo de mi SERENIDAD. 

No permito que otro me esclavice con argumentos de un aparente amor, porque mi amor es libre y porque elijo con quien compartir mi INTIMIDAD. 

No permito que otro inculque en mí pensamientos que yo no quiero, porque aunque mis oídos oigan, mi inteligencia filtra y mi ser interior elige, día a día, lo mejor para mi evolución, la VERDAD. 

No permito que otro limite la profundidad de mis pensamientos, porque son míos y no tengo porque ser igual a los demás, simplemente he nacido con el poder de la CREATIVIDAD. 

No permito que otro limite el vuelo de mi espíritu, porque simplemente he decidido ser UNIVERSAL. 

No permito que otro robe mis ilusiones, porque éstas son alimento de mi espíritu, y éste ansía LA LIBERTAD. 

PORQUE SOY LIBRE, HE DECIDIDO, SIMPLEMENTE, “AMAR" 

Gentileza, Emy (Mexico)

domingo, 5 de diciembre de 2010

Hombres y mujeres no se enamoran igual

Francois Gerard (1770-1837) Cupido y Psyche 1798
De acuerdo con una teoría bastante aceptada en psicología evolucionista, el amor es algo así como una especie de “dispositivo de compromiso”. El sentimiento amoroso hace que la gente concentre su atención en una pareja potencial y evite la búsqueda de parejas alternativas. De esa forma, permanecen socialmente monógamos durante largos periodos de tiempo. Y como es sabido, bajo diversas circunstancias la monogamia social tiene alto valor adaptativo, dado el prolongado periodo de cuidados que requieren las crías humanas hasta que alcanzan la madurez.
Dadas las diferencias entre hombres y mujeres en lo que a preferencias de emparejamiento se refiere, es perfectamente posible que existan también diferencias entre los sexos en relación con la forma en que se enamoran. Tanto hombres como mujeres valoran el compromiso de sus parejas, eso está bien establecido; pero los hombres son más proclives que las mujeres a buscar oportunidades de sexo con otras parejas, lo que hace que las mujeres sean más escépticas con respecto al compromiso de los hombres.
Por otro lado, las mujeres han de dedicar obligatoriamente un mayor esfuerzo a la progenie en forma de embarazo y lactancia, al menos, y en las sociedades de cazadores/recolectores dependen a menudo de sus parejas para la provisión de alimento y ayuda en el cuidado de los hijos. Esos mayores costes que conlleva la reproducción para las mujeres ejercen una especial presión sobre ellas para que valoren correctamente el grado de compromiso de la pareja masculina. Recuerdese, además, que los hombres tienen un incentivo para engañar a las mujeres acerca de su grado de compromiso, y las mujeres, por su parte, reaccionan de forma especialmente negativa a ese engaño. Por todo ello, es al hombre a quien toca probar su compromiso mediante el cortejo, algo para lo que es especialmente útil mostrar que uno se ha enamorado.
William-Adolphe Bourguereau (1825-1905) Joven mujer que se defiende de Eros 1880
William-Adolphe Bourguereau (1825-1905) Joven mujer que se defiende de Eros 1880
Un aspecto clave de la teoría del amor como “dispositivo del compromiso” es que actúa como una poderosa motivación que hace que el individuo enamorado realice costosos despliegues ante la pareja o pretendida pareja. El tiempo y los recursos que se le dedican dificulta sobremanera que pueda dedicarse similar esfuerzo a parejas alternativas. El carácter costoso del enamoramiento funciona, en ese sentido, como lo que en teoría evolutiva se denomina una “señal honrada”. El amor, al no ser fácil su fingimiento, señala de forma fidedigna el compromiso, y ello hace que la pareja pueda estar razonablemente segura del compromiso del otro miembro.
Andrew Galperin y Martie Haselton, de la Universidad de California en Los Ángeles han sometido a contraste una serie de hipótesis, basadas en la teoría citada, acerca de las diferencias  entre hombres y mujeres en relación con el modo en que se enamoran. Algunos de los resultados y conclusiones a que han llegado me han resultado de interés; a continuación comento tres de esas conclusiones.
La primera es que, al parecer, hombres y mujeres no se diferencian en el número de veces que se han enamorado a lo largo de sus vidas. Sin embargo, los hombres afirman haberse enamorado en más ocasiones a primera vista, al igual que dan cuenta de un mayor porcentaje de enamoramientos no correspondidos. Según los autores, todo ello indica una mayor disposición de los varones a enamorarse durante la fase de cortejo. Esta observación es consistente con la idea de que el amor funciona en los hombres como señal de compromiso, pero en unas ocasiones esa señal convence a la pareja deseada y en otras no. Aunque una explicación menos sofisticada y quizás más próxima a la realidad es que los hombres, fuera del contexto de una relación estable, dicen que sus sentimientos son de amor con más frecuencia que las mujeres. A mí, en todo caso, no me salen las cuentas del todo, porque si los hombres son rechazados en más ocasiones, o algunos mienten al responder cuestionarios, o los hombres se enamoran en más ocasiones durante sus vidas, aunque luego quizás no lo recuerden.
Francois Guerin (1751-1791) Venus y ninfas 1797
Francois Guerin (1751-1791) Venus y ninfas 1797
La segunda conclusión que me ha interesado es que en los varones, -pero no en las mujeres-, la sobrepercepción de interés sexual por parte de la pareja potencial está ligada a una mayor frecuencia de enamoramiento. Lo cierto es que las mujeres no suelen sobrepercibir interés sexual por parte de los hombres: el que perciben suele ser un interés real. Y hay buenas razones para ello: dados los costes en que puede incurrir una mujer que confunda el interés sexual de un hombre con su compromiso, es lógico que las mujeres estén cognitivamente bien dotadas para evitar la sobrepercepción. Los hombres, sin embargo, tienden a malinterpretar ciertas actitudes femeninas; suelen cometer lo que se denomina en estadística errores de tipo I, errores que consisten en detectar algo que no existe (ver la entrada Errar es humano). Se equivocan de esa forma a menudo, cuando piensan que las muestras de simpatía de una mujer indican interés sexual, cuando en muchísimas ocasiones no existe tal correspondencia. Por eso, es lógico que si interpretan tal interés en una mujer, -aunque no lo haya-, tiendan a enamorarse de ella, pues de esa forma es casi como apostar sobre seguro, aunque de hecho no lo sea, porque cometen con facilidad ese error de tipo I a que me referido antes.
Fresco erótico en Pompeya
Fresco erótico en Pompeya
Y la tercera conclusión que me ha llamado la atención es que sólo en las mujeres están asociadas la propensión a practicar sexo con la facilidad para enamorarse. La clave de esta asociación parece radicar en el hecho de que en las mujeres hay una mayor vinculación entre el amor y el sexo que en los hombres. Dado que en los hombres ese vínculo es más débil, es lógico que no estén relacionados la propensión a practicar sexo con la frecuencia de enamoramiento.
Las conclusiones a las que llegan los autores del trabajo no sólo tienen sentido, sino que además son perfectamente compatibles con nuestras experiencias cotidianas. Y, la verdad, no deja de tener su “gracia” y desde luego, su interés, comprobar que comportamientos y sentimientos como los que conforman algo tan aparentemente “irracional” como el amor y el enamoramiento, encuentran acomodo en una teoría tan naturalista, como la del “dispositivo de compromiso” con toda la lógica adaptativa que la sustenta. Para terminar, una última apreciación: el amor puede ser estudiado, -y hasta comprendido-, a la luz de la razón, pero ¡ojo! eso no quita un ápice de romanticismo a la relación amorosa. El sentimiento amoroso, como experiencia personal, no es reducible a sus fundamentos racionales ni puede ser anulado por el hecho de comprender su función y valor adaptativo. Aunque quizás sí podamos decir que cada vez es menos cierto aquello de que “el corazón tiene razones que la razón desconoce”.
Referencia: Andrew Galperin y Martie Haselton (2010): “Predictors of How Often and When People Fall in Love” Evolutionary Psycology, vol. 8 (1): 5-28